sábado, 19 de septiembre de 2015

INTERSEXUALIDAD, UN ABORTO CASERO, UN AMANTE CLANDESTINO

Aborto
X Mirna Roldán
Hace exactamente diez años sucedió un acontecimiento que dio un giro radical en mi vida. Mi primera vez abortando. Recuerdo que llevaba un año de vida sexual apenas. Me encantaba jugar con hacer prácticas mis clases de Educación para la Salud de la preparatoria. Cómo usar condón, comenzar a tomar la píldora anticonceptiva, los parches, inyecciones y demás drogas para evitar quedar embarazada.

En ese momento me empoderaba muchísimo la idea de sentir el orgasmo que tanto me prohibía experimentar. El padre biológico diciéndome “Está prohibido tener novio, cuando traigas a alguien a la casa es para casarte”. Como siempre me ha gustado romper con la norma de ciertas figuras de autoridad, me dediqué a la tarea de buscarme un novio e invitarlo a un hotel de paso.

Cuando el acompañante en cuestión y yo entramos por la puerta del hotel ubicado en la colonia Doctores, comencé a sentir muchas emociones encontradas. Primero muchos nervios porque no sabía cómo eran esos lugares. Me pareció un negocio destinado a lxs amantes secretos, impregnado de un olor a perfume de flores penetrante (desodorante para pisos fuertísimo). El cajero detrás de una cabina de cristal nos cobró la habitación y me pasó por la ventanilla con superficie de metal un condón. Si hubiera sabido que ese contenedor de latex se rompería no lo hubiera usado.

Prefiero no entrar en detalles sobre la práctica sexual que tuve en ese momento. La posición del misionero durante 30 minutos y la sorpresa de un condón roto me colapsaron. En ese momento, no era legal la pastilla de emergencia ni mucho menos abortar en una clínica, solamente en sitios clandestinos. Al principio tomé la decisión de habitar la incertidumbre a que llegara mi próximo periodo menstrual, el cual no llegó. Así que saliendo de una clase de matemáticas en la escuela salí a comprar una prueba de embarazo. El resultado fue positivo.
Mi primera reacción con la noticia fue correr y por los pasillos de la preparatoria 7 mientras atravesaban por mi mente todos los sueños e ilusiones de terminar una carrera universitaria, tener muchos amantes y viajar por el mundo. Sabía que si anunciaba la noticia a mi madre y al padre biológico, me obligarían a tenerlo porque “un hijx siempre es una bendición”. Y sabía que si tenía un hijx inmediatamente se me restringiría el acceso a la educación y como era menor de edad me obligarían a dedicarme al cuidado del cigoto que estaba implantado en mi útero. Otro detalle que me parece importante mencionar fue mi obsesión en ese entonces por bailar danza contemporánea. También me habitaba el miedo a perder las proporciones corporales que tanto me había costado obtener con base en disciplina alimenticia y ejercicio diario.
Sin pensarlo mucho, ese día no entré a mis clases;  una situación excepcional porque era de las nerds del grupo, pero sabía que tenía que resolver sola esta experiencia. Mi intución me llevó a a preguntarle al encargado de una farmacia en el barrio de la Merced  sobre un remedio para que me “bajara la mentruación” y el tendero me dio unas pastillas llamadas Citotec (misoprotol). Me indicó el procedimiento a seguir. Una pastilla vía vaginal y dos tomadas cada 12 horas durante tres días. Me advirtió que sangraría muchísimo que estuviera preparada. Al cabo de tres días de seguir sus consejos comencé a sangrar, quince días ininterrumpidos. Me sentía muy débil acompañado de una sensación de goce que me permitió sentir que el problema estaba resuelto.
Allí no acabó todo, a los dos meses de haber realizado este procedimiento, noté que mi piel tenía un color verduzco. Yo lo adjudicaba a las ocho horas diarias de práctica en la danza, así que no lo tomé como un signo de peligro a mi salud. Hasta que una noche mientras me bañaba solo recuerdo ver luces de colores y un mareo intenso. Desperté en el hospital de ginecología de Médica Sur. Mi abuela paterna, mi madre y mi hermana mayor se encontraban en la habitación mirandome muy sorprendidas por lo que había realizado. El médico tratante con acento norteño me empezó a decir, “despierta guapura, no te nos vayas. Estamos aquí contigo”. Abrí los ojos y noté que tenía pinchados los brazos con suero. Antibióticos. Me diagnosticaron shock tóxico. El médico me dijo: “tenías la matriz como un flan, por poco se te perforan los intestinos y mueres”. Tuvimos que reconstruir tu aparato reproductor. Quedaste como nuevecita!. Además me dijeron que mi clítoris internamente es mucho mas grande que el estándar y el estudio hormonal indicaba un mayor nivel de testosterona, posiblemente una de las causas del embarazo ectópico que tuve. Mi madre me apoyó en la recuperación de este proceso tan traumático, aunque durante varios años tuvimos peleas recurrentes y cuestionamientos sobre mi decisión. El padre biológico no quiso entrar a la habitación del hospital, estaba avergonzado de mi.
Cuando llegué a casa con la noticia de la intersexualidad, de un aborto casero y un amante clandestino, mi padre me dijo “¿porqué me haces esto?”, le contesté: “¡por qué mi cuerpo es mío!”, No sabía que esta es una de las consignas más importantes del pensamiento feminista. Pero para mi en ese entonces era una forma de poder y defensa frente a ese control Patriarcal. Lo único que le pedí fue que me dejara estudiar lo que quisiera y no volviera a hablar del tema. Así fue, y se mantuvo lo sucedido como un secreto a voces, lo noté, cuando ninguna de mis primas se acercaba a hablarme en las reuniones familiares y decidí hacer amistad con varios primos, entre ellos Wachi y Chatower. Ellos sabían seguro el chisme pero decían “Mirna, tú no eres mujer ni hombre, por eso nos caes chido, por cabrona y rara”.


Fuente: Hysteria México

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